lunes, 18 de febrero de 2008

Resonancias y absurdos estragos.


Para siempre así. Es algo que se piensa en un primer momento. Partiendo del impacto frontal de encontrarse con algo tan infinito, un caso sin igual. Una reliquia, lo que no buscamos pero encontramos. Después todo se predica en forma tormentosa, pero se piensa, que se puede evadir cualquier mal trago. Imposible. Y ahora tengo ojos por todos lados, y no los puedo mirar, me atrapan. Me contraen y me inmovilizan. Puedo volverme loca incluso. Puedo disparar, y decidir lo mejor, o no. Puedo hundirme hasta que no tenga más temor, en ese caso seguir el hilo de los suicidas (por que es más fácil quizás) que se precipitan sólo para conseguir algo de armonioso equilibrio.
Podría acaso existir otro tipo de equilibrio en este sitio. Pero habría que transitar las peripecias y saborearlas, en caso contrario, uno elije el suicidio. La simplicidad con que este se aplica triplica la cantidad de veces que lo elegiría como gran salvador de mi estado anímico, el más débil, el más deprimido.
En fin, todas palabras, que por supuesto no llevan a ningún sitio y devienen de una serie de exóticos argumentos de esta locura, y el café se calentó de más, el publico me dejó otra vez lavando las tazas. Nada fuera de lugar. El mismo panorama, las caras dibujando la sombra perpleja ante tanto gris y tanta gente usuaria de paraguas. Un día de lluvia, nada más particular, todos y cada uno de ellos me enamora, su palidez, su travesura mojando cada rincón. Y los tristes autos rezongando sobre cada diminuto charco. Pero que mierda toda esa chatarra!
Y que manera de pasar el tiempo entre tanto tumulto y entre tanto des-entendimiento. Que pobreza, tengo que poder soportar un momento más, sólo unas gotas que caerán y se bifurcarán buscando una superficie entre mi cabello. Comportamientos humanos que son paralelos a los de las gotas. Intensa lluvia que no cesa de atormentar a cada uno de nosotros, los que aún no encontramos la superficie, los que intentamos proferir insultos antes que dos o tres palabreríos referidos al amor que ocupará el resto de nuestros días. Pero no es una cuestión interior, es una cuestión más bien de oficio. Costumbres que cavan fosas, las nuestras, dolores intensificados, provocado sólo por nosotros, ardiendo como el pequeño caballito. Sonriendo y lamentando al mismo tiempo, prefiriendo cualquier camino hacia una felicidad próxima. Desparramando vida, obsequiándola. Terminando por cansarnos de casi todo lo que de a ratos nos produce una suerte de enamoramiento, una cosquilla eterna, una mentira continua, un mínimo espasmo.
Todo se tiene que derrumbar. Así es como estamos acostumbrados, conservar lo que uno por momento ama es tan difícil que produce un sentimiento adelantado de dolor, un sentimiento de pérdida repentino. Una impotencia próxima. Una atadura de pies, manos y labios. Un puñal que esta dispuesto a atravesarme, una fina recepción de tu brillo que concluye en aquél recuerdo. Las memorias que se mojan accidentalmente y se difunden sutilmente. Las miradas absueltas tiradas sobre el hueco que da hacia la calle. Del otro lado, tu mirada, la sonrisa, lo inexistente, lo existente y por sobre todo la lluvia, que no me moja.

No hay comentarios: