domingo, 2 de marzo de 2008

Superficies polvorientas


Desperdicio. Sobrecarga. Instintos depredadores, no sé cual sería su verdadero nombre. Noches largas, arduas esperas en lo subterráneo del ser. En lo que consiste la desdicha del devenir. La idea del cambio, la textura de lo intangible. Por momentos, tu soltura, mi quietud y la tendencia a caer. Bajar, bajar, como horas que se pierden en los goces de sentirte en mí, en esta noche que tiene un gran sentido de lo absurdo de lo impreciso. Tu rostro sigue siendo neblina confusa. Y tus actos comprueban la realidad visible, una y otra y otra vez, como secuelas de este posible error. El error, lo real, lo tangible, y la música de fondo haciendo más tenso el posible escenario de la locura alarmante y palpitante dentro de mí. Los vaivenes sutiles que inventas, las secuencias que creas, todo lo referido a la conservación de lo más vano de todo. Puedo ir más allá de la mentira, podría afirmar, con seguridad, la gran verdad de la que nos hace falta hacernos cargo, de la que no escapamos pero sin embargo formamos tanta parte que nos provoca nauseas, enternecimiento, desvaríos, actos innecesarios, el contacto con tus pequeños dotes de azul, que me transportan completamente sólo a veces. Y me poseen, dentro del más vil sentimiento de pasión, de auto-satisfacción. De noches y noches enteras. De sombras incurables, de repentinas esquizofrenias, formas de diablos pintados en el techo, una habitación completamente en llamas, y el desperdicio una vez más. No quiero con esto decir que es inútil, quiero decir que no hace falta, el devenir es en este caso lo más problemático. Luego de esto, esto, entonces el segundo es el que casi siempre tiende a arrojarnos piedras de carga. En fin, todo sentimiento que derive de infiernos pasionales será tomado como algo sin importancia, algo nocivo, algo que suena y resuena con el solo pronunciar ese nombre. Algo tan ilusorio como esta múltiple estafa, como estas palabras que serán calladas, para encubrirme, detrás de estas, que no dejan de ser sensatas. El dolor en sí, es inexpresable, y desde ya que si en algún lugar me dirijo a alguien quiero aclarar que no daré nunca explicación alguna de lo inexistente. El momento en que mis pasos se alivianan es apreciable, sólo en su cercanía me doy cuenta de la muerte entre mis utopías. Tu sombra me proporciona algo de tranquilidad, el ignorarte es tan penoso, tan imposible de evitar. Tus luces me desnudan, me congelan y derriten. Me funden en la más ardiente de mis fiebres.

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