martes, 4 de marzo de 2008

Rondo allegro


Terminantemente hurtados. Los dos. Perdidos en el mismo rumbo. Dejando todo lo implicado atrás, hasta su más pueril sentimiento. Yo tampoco creo, y sé muy bien que las cosas en este mundo son así, interminables. Como los dolores. Como las hermosas sonatas de Beethoven. Como esta mañana, cuando tuve que escapar de todos lados, corriendo con ritmo de fuga. Los días pasados se quemaron delante de mis ojos, y no sentí la sangre correr más fuerte. Ni tus dedos aprisionando mi cuerpo, no sentí casi nada, viniendo de aquél pálido y extraño amor. La música se empeña en mecerme, dentro de su hondo ensueño, y me compenetra. Oh! Si tan solo pudiese yo vivir en ellas, en esas melodías arcaicas, y vivir de la manera fácil, y morir en cada uno de sus actos. Y que sean muertes pendulares, que vayan y vengan, de modo insignificante. Hasta el retorno de sol. Hasta que tu rostro desaparezca de mi habitación, de mi sillón, de cada uno de mis pasos.

No hay comentarios: