miércoles, 28 de mayo de 2008

Carnicería

En qué sentido viajan las mentiras. Y hasta dónde llegarán. Cuál es el límite del conformismo. Por qué me siento agobiada de él. Anoche me dormí pensando en la profundidad del mar y en sus infinitas especies. Cómo haría éste para sobrevivir tan humildemente sin todas aquellas criaturas vivas en él. Cómo hace aquel que vive vacío, sin hacer coincidir su cuerpo y su alma, devastando cigarrillos y argumentando su existencia con un vaso de buen vino. Es fácil pensar en un absurdo y decir que todo no tiene sentido, pero que el vino es el mejor de la bodega y está dispuesto a dejarse tomar. Conformismo. Lo que aquí hacemos es una visión irrisoria del todo. Disminuimos nuestro tiempo a una botella de vino, nos transformamos en aquella vieja botella de Sauvignon. No hace falta estar tan solos y desamparados, refugiarse en un vino, cagarse en Dios, y sólo echarse a pensar en lo ingratos que son los que talan los árboles o en lo hijoputas de los empresarios del calibre de Bill Gates y etcétera. Es muchísimo más simple. Hay que destruir el tiempo, sobre todo aquel tiempo donde uno no-es. El des-tiempo en el cual solemos justificar nuestro existir con mentiras, donde inventamos compañías inexistentes. Hasta prendemos fogatas para creernos la magnitud del momento. Dicha magnitud está ahí mismo, delante de nuestros ojos. Hay una visible imposibilidad, que es, en realidad, la negación de lo verídico, de los deseos, la negación del ser. La total indiferencia para con el sentido de todo esto. La prisión del ser. La noche privada del brillo de las estrellas. La necesidad del Cabernet Sauvignon.

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