jueves, 29 de mayo de 2008

Abismos desbordados

Cuando uno alcanza el ápice de la monotonía es cuando entiende los sinrazones a los que accedemos cotidiana e inconcientemente. Así terminamos, sin darnos cuenta, completamente decadentes sin poder volver atrás, sin poder contener la furia que escapa o, intenta escapar por mis extremidades, es como la mentira siendo absorbida por mis poros, y siendo instantáneamente rechazada en catarsis, textos, destrozos, cualquier modo de desenfreno para satisfacer la locura que me avasalla, el desencuentro de los cuerpos, la total enfermedad inconciente, justificada tan sólo con un sentimiento que cada vez se deforma más y no puedo evitar al monstruo, ese verde reflejo de lo que queda, esa finitud inestable que trasforma mis dedos y mis pies en la figura de lo abyecto y lo absurdo. La hediondez de la mentira escurriéndose por tus dedos, la carátula de un capítulo cerrado, el vacío del mar, o el de estos dos ojos, que ciegan por mirarte en conjunto con todos esos recueros nebulosos, la hiel pasadas las 6 de la mañana, el sol mostrándonos la imagen más clara del demonio, el olor a cigarrillo y mis brazos desgastados ya de disparar misiles. El dolor es, en este momento, estas palabras, este intento de decir la verdad, la ventanilla abierta, el humo sobrante. Una ola de frío me colma el rostro de infelicidad e injuria, lo pasajero siempre fue, de todas las cosas, lo más desesperante. La furia absorbida, los vasos que quizás dejé caer.

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